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Cuento 12: La dama del cuadro

Tras un encuentro inusual en un museo, Daniela se ve atrapada entre dos mundos en una historia que fusiona el arte contemporáneo, la magia y la reflexión sobre las decisiones que definirán nuestras vidas.
Pista del cuento «La dama del cuadro».

La dama del cuadro

En 2020, un virus paró el mundo y los museos perdieron a su ya de por sí menguado público. Enfermos de soledad, los cuadros languidecieron y se llenaron de polvo esperando a que alguien los volviera a visitar.

Pasó un año y llegó la «nueva normalidad». Las personas volvieron a sus vidas y, aunque los gobiernos decretaron que solo se podía ocupar la mitad del aforo de los establecimientos, las galerías de bellas artes nunca tuvieron problemas de afluencia. Todo lo contrario que los bares.

Sin embargo, Daniela continuó con su tradición de visitar el Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad. Al igual que muchas jóvenes de su edad, era usuaria de Ligotea, una app de contactos, y le gustaba organizar sus primeras citas frente a uno de los cuadros del lugar. Este enorme lienzo presidía la sala número tres de la galería y representaba a una mujer del siglo xix que leía un libro de espaldas al público. Frente a la dama, y abierta de par en par, estaba la puerta de su casa. Esta daba paso a un camino de piedras y hierba, que llegaba hasta una casita de campo rodeada de árboles.

En cuanto a Daniela, estaba perdiendo la paciencia: Rober_32 llegaba tarde. Consultó su teléfono y vio que tenía un mensaje: «Diez minutos. ¡Perdón!».

—Pues vaya. ¿Este no decía que era puntual? —farfulló la joven entre dientes.

—Oye —escuchó tras de sí.

Al girarse, Daniela se encontró con que no había nadie entre ella y el lienzo. Entonces, la voz sonó de nuevo.

—¡Aquí arriba!

Daniela levantó la vista. Así descubrió que la dama del cuadro la miraba de reojo.

—¿Ya has quedado con otro? No hace ni un mes del anterior.

Daniela no se podía creer que una pintura le estuviera hablando, pero algo la impulsó a encogerse de hombros y a contestar con naturalidad.

—Pues sí, qué le vamos a hacer…

—¿Por qué siempre te citas delante de mí? —preguntó la dama del cuadro—. ¿Ves aquí arriba algo que te inspire o sea de tu agrado?

—Mmm… Me gustan tus colores. Me dan seguridad. Bueno, y también me gusta leer. Supongo que como a ti.

—Entiendo.

Daniela continuaba pensando en qué era lo que le gustaba del cuadro, y reparó en otro detalle.

—¡Ah! Seguro que tu valle debe de oler al rocío de la mañana. Qué bonito y qué verde se ve.

La dama sonrió con melancolía.

—Querida, aquí dentro solo huele a pintura.

Daniela acercó su nariz al cuadro y lo olfateó.

—No es peor que el olor de esta ciudad.

—Advierto un tono de queja. ¿Piensas que tienes una vida desgraciada o algo similar?

—Desgraciada, desgraciada, tampoco. Solo algo…

—¿Es eso cierto? —protestó la dama—. ¡Prueba a leer el mismo libro todos los días! Acabarás aborreciendo la literatura, y ¡hasta al que inventó la imprenta!

—Tú no eres consciente de lo que hemos vivido por aquí abajo este último año, ¿verdad?

—Disculpa. Es mucho mejor vivir en un cuadro.

Daniela se frotó las manos con nerviosismo.

—Supongo que será como tele-trabajar ocho horas al día.

La dama del cuadro giró la cabeza con discreción y bajó la voz.

—No. Eso sería si tú tele-trabajaras veinticuatro horas al día para siempre.

La muchacha quedó en silencio pensando en la última frase de la dama y, desde el cuadro, esta prosiguió:

—En fin, parece que ninguna está contenta con la vida que lleva… O que le han impuesto.

—Toda la razón —suspiró Daniela.

Antes de continuar, la dama cerró el libro que tenía entre las manos.

—¿Cuál es tu nombre?

—Daniela.

—Dime, Daniela. ¿Te gustaría romper la rutina por un día?

—¿Cómo?

—Si quieres, puedo ayudarte a subir aquí, conmigo. Es muy fácil.

Daniela observó a su alrededor. Nadie se había percatado de lo que estaba ocurriendo.

—A ver, a ver, que me estoy perdiendo…

—Perdona, Daniela, voy a ser más clara. Mi propuesta es intercambiar nuestras vidas por un día. Quizá de esta manera podamos darle un poquito de perspectiva a nuestra rutina.

Daniela se tocó la frente para ver si el coronavirus la había infectado y le estaba causando alucinaciones.

—Espera, espera. Acepto que un cuadro me esté hablando. No sé ni por qué, pero vale, lo acepto. Ahora, que yo pueda meterme ahí…

La dama se encogió de hombros.

—Yo solo te informo de que existe esa posibilidad.

La propuesta iba calando en la joven, que preguntó titubeando:

—Entonces… o sea, ¿lo has hecho otras veces?

—Así es, ¡al igual que muchos otros de los que habitan por aquí!

Daniela se sentía cada vez más contrariada.

—¿En serio?

—Estos intercambios son más comunes de lo que imaginas, Daniela —respondió la dama con amabilidad.

—¿Tan sencillo es entrar y salir de un cuadro?

—¡Desde luego! Además, ya hemos pasado la fase más difícil…

—¿Y cuál es?

—Que te fijaras en mí. Que me dieras valor —dijo la dama del cuadro, alisándose la falda—. Si estamos hablando, es porque me has dedicado tiempo.

Daniela sentía cada vez más curiosidad. Hasta se imaginaba dentro de la pintura.

—Ya hay algo de ti dentro de este lienzo. Sube y descúbrelo conmigo.

En ese instante, la joven recordó a Rober_32 y miró el reloj.

—¡Vaya malqueda! Bueno, venga. Vamos allá —suspiró, cansada.

El comentario pilló a la dama por sorpresa.

—¿Lo… lo dices en serio?

—Sí. Yo leeré tu libro por un día. Me apetece.

—Eh… vale. Perfecto, ¡perfecto! No se hable más.

La dama se cercioró de que no miraba nadie, se crujió los nudillos y extendió su mano hacia Daniela. La muchacha tomó impulso y…

El momento en el que Daniela atravesó el lienzo fue mágico. Cruzó la membrana de pintura y sintió que la frontera de los sueños y la realidad quedaba para siempre tatuada en su piel.

—Snif, snif. Mmm… Tenías razón, el olor a pintura es muy fuerte aquí arriba. Y, ¡qué blandito está el suelo! Parece hecho de esponja.

—Ponte mis ropas y yo usaré las tuyas —dijo la dama, que se desvistió rápidamente escondida tras una puerta del salón—. Cuando vuelva, las cambiaremos de nuevo.

Sin importarle quién pudiera estar mirando el cuadro, Daniela también comenzó a desnudarse.

—Entonces, yo, ¿qué hago? ¿Poso como tú? —preguntó, mientras deslizaba sus pantalones entre las piernas.

—No tienes por qué. Siéntete libre. Nadie se va a fijar en ti —la dama tomó las ropas de Daniela y continuó—. Están más pendientes de hacerse una selfi que de otra cosa.

La joven se extrañó.

—¿Eh? ¿Sabes lo que es eso?

—¡Claro! Se escuchan muchas cosas desde aquí arriba.

La dama abrió la puerta mientras terminaba de abotonarse los vaqueros de Daniela.

—Un día y ya está, ¿verdad? —insistió la joven.

—Eso es. Mañana a esta misma hora volveremos a donde nos corresponde.

—Por cierto, no me has dicho tu nombre —inquirió la joven con amabilidad.

La dama clavó sus ojos en Daniela y le respondió con una sonrisa irónica.

—Me llamo Soledad.

Dicho esto, dio un salto y atravesó el lienzo. Una vez fuera, la dama se tomó un momento para observar la pintura desde su posición. Al ver a Daniela allí plantada y vestida con sus ropas, experimentó una dulce liberación. Después, caminó hacia la entrada de la sala número tres del museo. No volvió la vista atrás ni para despedirse.

Conforme se acercaba a la puerta, la dama se cruzó con un guardia de seguridad que entraba en el recinto. Se tapó el rostro con disimulo, aceleró el paso y atravesó el umbral de la salida.

Entretanto, Daniela no acababa de creerse dónde estaba.

—Y ahora, ¿qué hago?

Decidió pasear por el salón y examinar los elementos que lo conformaban. Al observarlos de cerca, se dio cuenta de algo muy curioso. Las paredes y los muebles, que desde fuera se veían tan bien pintados, de cerca se mostraban abigarrados, hechos de una pasta grumosa.

«Qué raro… Bueno, veamos qué estaba leyendo Soledad», se dijo mientras abría el libro de la dama. Así, Daniela descubrió que no había nada escrito en él. El olor a pintura seguía presente y, decepcionada, la joven abandonó el salón para recorrer el camino de piedras. Allí le aguardaba otra amarga sorpresa, pues solo había pintura en las zonas que se veían desde fuera del cuadro. Por lo demás, el bosque se componía de manchas y trazos que se perdían en la rugosa textura del lienzo.

«¿Me habré precipitado?», pensó Daniela. No obstante, tuvo que dejar esta reflexión para después. Su cita había llegado. Rober_32 era un joven pelirrojo, de ojos azules y aspecto desgarbado. Llevaba puesta su mascarilla y, en las manos, unos guantes de látex.

«Vaya. El chico es un poquito exagerado, ¿no? He hecho bien subiéndome aquí», pensó Daniela, mientras volvía por el camino empedrado para ver a su cita más de cerca.

Él estaba agobiado. Sudaba tanto que tenía el polo manchado a la altura del pecho y los sobacos.

«Suda, suda. Eso te pasa por tardón. ¡Uy, que se gira!». Daniela se ocultó tras el marco de la puerta del salón, ya que Rober_32 miraba en todas direcciones, buscándola con nerviosismo.

Transcurridos unos minutos, la joven se dio cuenta de algo. «¡Es verdad lo que dijo la dama! No se ha fijado en el cuadro ni una sola vez». Así que Daniela decidió salir de su escondite y se plantó en medio del lienzo con los brazos en jarra. Rober_32 la llamó por teléfono tres veces, le mandó cuatro mensajes y terminó por marcharse cabizbajo.

«Menuda aventura. Cuando se lo cuente a mis amigas, ¡van a alucinar!», rio Daniela para sus adentros.

Sin embargo, aquella aventura dejó de tener gracia cuando, al día siguiente, la dama del cuadro no apareció. Daniela esperó y esperó. Tres semanas. Seis meses. Un año. Durante ese tiempo lloró, gritó, intentó abrirse paso por el lienzo a mordiscos y arañazos… En varias ocasiones, trató de acabar con su propia vida.

Todo fue en vano. Medio ahogada por el inextinguible olor a pintura, pasaba los días elucubrando. ¿Qué historia se escondía tras el origen del cuadro? ¿Cuántas damas habrían ocupado su lugar antes que ella? Y… ¿quién habría pintado la obra? En la cartela informativa ponía que era anónima.

Poco después, la gente dejó de llevar mascarilla en el museo y el nivel de visitantes aumentó. Daniela pensó que era su oportunidad e intentó pescar a alguna incauta mujer que se acercara al lienzo.

«Están más pendientes de hacerse una selfi que de otra cosa…».

¡Ay! Cuánto le pesaba la sentencia de la dama. Qué razón tenía. Nadie se fijó en ella.

En cuanto al resto de los cuadros, Daniela vio cómo intentaban seducir a ciertos visitantes que se paraban a observarlos. Ninguno aceptó su absurda oferta, y se marchaban riéndose de las pinturas, dispuestos a continuar con sus vidas. Cada vez que esto ocurría, Daniela sentía que sus pies descendían un peldaño más hacia el sótano de la vergüenza. Y, como cada noche, un deseo la visitaba en sueños: despertarse temprano para tele-trabajar ocho horas al día.

Años después, Daniela creyó distinguir a la dama del cuadro. Paseaba por la sala número dos del museo con una niña de la mano. A su lado, un hombre pelirrojo la acompañaba.

—No puede ser… ¿Será…?

La imagen de un maduro Rober_32 junto a la dama rompió a Daniela por completo. Con la mirada perdida y el rostro lívido, caminó por el salón de pintura, abrió el grueso libro vacío y se sentó de espaldas al mundo, decidida a no girarse jamás.

¡FIN!

 

Ilustración del cuento «La dama del cuadro».
Audiodescripción de las ilustraciones del cuento

Icono: un grueso libro antiguo se derrite por la zona inferior como si fuera una vela. En la portada reza, en letras ornamentadas y con florituras, «Mi diario».

Ilustración: dentro del cuadro, Daniela está postrada de rodillas, apoyada en la butaca de la dama. La joven lleva un vestido largo del siglo xix y tiene el pelo suelto. Cubre su rostro con las manos y no deja de llorar. En la ilustración, el lienzo solo está representado desde el grueso marco inferior hasta casi la mitad del cuadro, ya que el foco de atención se halla en los tres personajes que están frente a él: una niña dormida que descansa en los brazos de un hombre, y una mujer con el pelo recogido en un moño, una gargantilla y una sonrisa en el rostro. El hombre mira el cuadro. En cambio, la mujer posa de espaldas a él, por lo que no presta atención alguna al drama de Daniela.

Antes de terminar, recuerda que el estilo visual de las pistas y las ilustraciones está descrito en este enlace.

Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier