En este monólogo en clave de comedia se relata la cita entre una profesora de lengua y un corresponsal de guerra. A priori, nada podría salir mal… ¿o sí?
Hola, tía, ¡cuánto tiempo! ¿Cómo estás?
Mucha rutina, te entiendo. Entre Gabi y los dos críos, pues normal. Sí, sí. Yo como siempre. Lo que ocurre es que hoy tengo un mal cuerpo… Que mira que me viene bien que me llames, porque te cuento:
El caso es que me metí en Tinder hace poco. Yo nunca había entrado, tía, pero eso es una locura. Ves abdominales, bíceps, tríceps… de todo menos la cara de la gente. O la inteligencia, porque te encuentras cada comentario que es para enmarcar: «Ola, wapa. Kdmos?» Ola sin hache, wapa con uve doble, kedamos con ka… Como profesora de lengua que soy, te imaginarás la depresión que me entra cada vez que leo esas cosas.
Sí, ya, el caso es que así estuve varios meses, con ganas de sacar mi rotulador rojo y ponerles un cero a todos, hasta que Andrés me dio like. Un hombre que, por lo que parecía, pegaba conmigo. Fotos bien, textos cuidados… ¡nada que objetar! Y como en el país de los ciegos el tuerto es el rey, hice match con él.
Empezamos a hablar y muy bien, fácil. Es periodista y me contaba sus viajes, mil anécdotas… Bueno, con decirte que, cuando lo conocí, estaba de corresponsal en la guerra de Ucrania. Que sí, ¡que sí! Y usaba Tinder para escapar del horror al que se enfrentaba cada día. Que sí, tía, te lo juro.
La distancia también ayudaba a que la llama se convirtiera en un volcán, y las conversaciones pues… subieron de tono. Claro, claro, encima, escribía sin faltas y sabía tocarme las teclas, ¿tú me entiendes, tía? O sea que muy bien. Muy, muy bien.
Así que nada, cuando volvió de Ucrania, quedamos. Y madre mía, es que no pasamos ni por el restaurante. Casi que ni me dirigió la palabra. Me llevó a un hotel, y directamente empezó a chuparme por aquí, por allá, por el cuello, ¡por todas partes! Deslizó sus dedos por debajo de la falda, me arrancó las braga, las rompió y, con ellas, me ató a la cama. Yo estaba cachonda perdida, te lo juro. Fíjate, que hasta en uno de los besos que le di aproveché para morderle el labio y notar el sabor de su sangre.
Ay, sí, tía, no sé. Mira, me dio por ahí. Nunca lo había hecho, pero es que Andrés parecía mucho Andrés… Hasta que sonó el teléfono y su expresión cambió por completo.
La cosa es que imagíname ahí, con las manos atadas, despatarrada y en sujetador, y él delante de mí, decidiendo si contestar o no. Por un lado, yo pensaba: no, ¡no, no, no! Por favor, sigue, ¡que vas muy bien! Pero, por otro lado, supuse que sería importante. ¿Serían de la televisión? ¿Quizá algo relacionado con Ucrania?
El caso es que, al final, respondió. Y ¿sabes quién era, tía? Su madre. ¡Su madre! Sí, sí, sí, sí. Encima, lo fuerte es que lo llamaba porque no había hecho la colada. ¿Te lo puedes creer?
Mira, cuando lo escuché, casi me dio un parraque. ¡Pero es que la cosa no acaba aquí! Cogió y se metió en el baño y continuó peleando con su madre: que si la ropa blanca, que si la ropa gris. ¡Que si Flor, Vernel, Mimosín!
Y yo… pues nada. Cachonda perdida, conseguí desatarme como pude, me vestí y salí de allí. Cogí un taxi y me fui a casa ¡sin bragas!
A la media hora, me llamó. ¡A la media hora, tía!
Claro, claro, y como no respondí, empezó a wasapearme… y mira, con que te lea el primer mensaje va a ser más que suficiente: «Ola, wapa, ¿dnd estás?» Ola sin hache, wapa con uve doble, dónde dnd… ¿Dnd? ¡Anonada me quedé! Lo peor de lo peor.
En fin, que… que me he cerrado el Tinder esta mañana. Y ahora pues mira, no sé qué hacer. Igual me paso por el convento de Santa Clara y pregunto si tienen plazas, porque al paso que voy, me dirás.
Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier