Una noche, Amanda recibe la llamada de su amigo Iván. Hace casi un año que no sabe nada de él, y siente un gran alivio al escuchar su voz. Sin embargo, algo extraño parece sucederle, y Amanda decide visitarlo para descubrir el motivo por el que lleva desaparecido tanto tiempo... Un secreto para el que, quizá, no esté preparada.
Ay, hola Amanda. Gracias por venir. Perdona que no me levante del sofá; pero pasa, pasa y siéntate.
Oye, ¿te importa que sea directo contigo? Necesito hacerte una pregunta. Vale, pues ahí va: ¿Cuánto es lo máximo que has estado sin dormir?
Claro, un día y pico, normal… Lo que responde casi todo el mundo. Una noche de fiesta que se alarga, porque lo estabas pasando bien. Cuánto me alegro. De verdad, cuánto me alegro por ti. Muy bien. ¿Eh? ¿Yo? ¿A qué te refieres? Ah, ¿qué cuánto he estado yo sin dormir? Pues… llevo seis meses. Más de ciento ochenta días. Oye. Oye, ¿por qué no me crees? Mírame, ¡mírame bien! ¿Que no se nota?
Joder, pues claro que algo me pasa. ¡Que no he dormido en medio año! Que sí, Amanda. ¡Que sí! Necesito que me creas. Por favor. ¿Vale? ¿Seguro? Bu… bueno, está bien, está bien. Sí, mis padres claro que lo saben. Y mi hermana. Ellos están igual. Deambulan por aquí por casa como locos, hablando entre dientes y preguntándose lo mismo que yo: ¿Por qué recibimos esta nota en la puerta? Con este símbolo tan extraño. ¿Qué habíamos hecho para recibirlo?
A partir de entonces, todo empezó. El picor bajo los párpados cuando cerramos los ojos. El eterno mareo por el cansancio que acumulamos… Es horrible. Asqueroso. No te lo imaginas, Amanda. No sabes la angustia que sentimos. ¿Solución? ¡Qué solución! Lo hemos probado todo, alcohol, pastillas, hasta golpearnos para dejarnos inconscientes. Y nada. ¡Te lo juro! Nos caemos al suelo, doloridos y sollozando, pero con los ojos abiertos como platos.
¿Sabes? Papá casi se suicida hace un mes, pero al final se arrepintió. Soltó la cuchilla cuando iba por la mitad del primer corte y no veas cómo puso el baño… Cuánta sangre. Me mareé y caí de espaldas, pero seguí despierto y con la ropa teñida de rojo. No sé, Amanda. ¿A ti se te ocurre algo? ¿Nada? ¿Seguro?
No digas eso, por favor. Sé que te lo tendría que haber contado antes. Es verdad. Pero es que no sabíamos nada, ni siquiera cómo enfrentarnos a esta situación sin hacernos daño o volvernos más locos de lo que ya estamos. Hasta ayer. Estábamos cenando cuando llamaron a la puerta. Al abrir, no había nadie. Solo una nota en el suelo. Me agaché, y así pude leer lo que ponía. Tenía el mismo símbolo que la anterior, pero esta vez decía: “pásalo”. Pásalo, pásalo… al principio no entendí nada, pero luego lo vi claro. Por eso te llamé.
No, no. No te asustes, Amanda, por favor. Quieta. ¡Quieta! ¡No! ¡Papá, cógela! ¡Cogedla! Eso es. Así. Shhh… Shhh… Es solo un momento. Abre la boca. ¡Que la abras! Perfecto. Espero que anoche tuvieras un lindo sueño… porque me da que será el último en mucho, mucho tiempo.
Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier