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Cuento 7: El beso de la bestia

Sumérgete en la historia de Charity, la deslumbrante modelo que, tras enfrentar el declive de su carrera y los estragos del tiempo, encuentra una sorprendente oportunidad de redención. Entre el glamour de Nueva York, el paso de los años y un pacto inusual, este relato te llevará a reflexionar sobre la verdadera esencia de la juventud y el valor de un alma indomable.
Pista del cuento «El beso de la bestia».

El beso de la bestia

Dieciocho años, Nueva York y trabajo como modelo. ¡Charity era tan feliz! No había desfile que se le resistiera, ni firma que no quisiera vestirla. ¿Portadas? Las había llenado todas, porque Charity, además de tener un físico de infarto y una personalidad arrolladora, gozaba del apoyo de su adinerada familia.

—Charity, ¡corre a retocarte!

—Rápido, ¡treinta segundos y sube a pasarela!

Su madre, una rica banquera, había depositado esperanzas en sus tres hijas, pero solo la pequeña Charity había heredado su deseo de éxito. Así que, cuando la joven era contratada por alguna de las marcas o fotógrafos que se la disputaban, allí se desplazaban juntas y pasaban el día criticando todo lo que veían a su alrededor. ¡Pura diversión con sabor a piña colada!

Con veintidós años, el ocio nocturno la engatusó, y Charity dejó de ver entretenido viajar con su madre, a la que no tardó en cambiar por un novio artista. Luego vinieron un actor, un bombero y un surfista. Este último pareció ser el definitivo y, tras un tiempo de relación, se prometieron. Desgraciadamente, el enlace no llegó a celebrarse, pues un acontecimiento frenó bruscamente la vida de la modelo: Charity encontró su primera cana. Este hecho, sumado a que las negativas en los castings se le acumulaban, agrió tanto su carácter que decidió posponer la boda de forma indefinida.

La mala racha continuó por unos meses, pero Charity estaba decidida a no caer todavía. Gastó mucho dinero en tratamientos de nulo rigor científico, se hizo mechas, flirteó con el botox, los liftings… ¡Hasta se levantó las cejas estilo foxy eyes!

¿El resultado? En su cabeza ya no había una cana. ¡Tenía tres más!

Charity empezó a deslizarse por el túnel de la depresión. Dejó de pintarse, de salir y de postear, lo cual hizo que muchos de sus seguidores la dejaran de seguir en redes. Y, como perdía seguidores, nada la motivaba a pintarse, salir y postear. Un círculo vicioso que continuó durante varias semanas; tiempo que, en un negocio como el de la moda, supone toda una vida.

Debido a su comportamiento, la siguiente llamada que Charity recibió fue la de su representante: prescindía de sus servicios. ¿Qué podía hacer? Charity no estaba acostumbrada a gestionar su propio tiempo, y la ansiedad que le provocaba ver su agenda vacía le hizo combinar ciertas pastillas con el alcohol. Copas… chupitos… El teléfono acompañaba sus borracheras en silencio, pues, lo más triste de esta etapa, fue que nadie le ofreció una mano amiga. Ni siquiera su madre, la cual se avergonzaba del estado en el que se hallaba su hija.

En cuanto al surfista con el que se había prometido, su paciencia no tardó en agotarse, ya que Charity pagaba sus problemas con él. Decepcionado y sin ganas de alargar esa relación tóxica, cambió a soltero el estado civil de sus redes y dejó a Charity sola en su piso del Soho neoyorquino. Ya sin nadie que la pudiera contener, Charity dobló sus dosis de pastillas. Pasaba los días obnubilada, confundiendo realidad y ficción, hasta que, una mañana de agosto, las luces del alba encontraron a la joven desfilando por el borde de su azotea.

Para ir tan colocada, la joven tenía un gran sentido del equilibrio. Incluso, se la veía tranquila; transmitiendo una extraña indiferencia a cada paso que daba por la fina línea de ladrillos. Su pelo de azabache ondeaba sucio como una vieja bandera, y parecía no sentir vértigo. Ni siquiera, cuando dirigió la vista hacia la calzada y vio que, a ciento diez metros bajo sus pies, los coches cruzaban a toda velocidad.

Un paso más. Y otro. Charity llegó al extremo opuesto de la azotea y se detuvo. Esperó a que las nubes taparan el sol, y se hizo una selfi. Luego, la revisó minuciosamente, ampliando varias zonas de su rostro. El mentón, los pómulos, la frente… Todo lucía como antaño, y sonrió: su carrera aún no dependía de los filtros del Photoshop. Guardó el teléfono y entrelazó los dedos en señal de oración.

—No me dejes todavía… —musitó la joven, con los ojos cerrados—. Sigo valiendo para esto.

El viento sopló fuerte, dando señales de que una tormenta arreciaba. Charity tragó saliva y, con solemnidad, se llevó la mano al corazón.

—Tengo el mundo a mis pies cuando estoy contigo —dijo, elevando la voz—. Y mi corazón late salvaje, ahogando el tictac de nuestro único enemigo. No me dejes ahora, por favor.

Un trueno se oyó a lo lejos y Charity estuvo a punto de perder el equilibrio, pero sus reflejos hicieron acto de presencia. Abrió los brazos en cruz y, por primera vez, el vértigo erizó cada poro de su piel. Asustada, decidió bajarse del borde de la azotea envuelta en una sensación de ridículo igual a la que sentía cuando terminaba una sesión de fotos y los flashes se apagaban, abandonándola en la oscuridad. Frustrada, caminó hasta su piso y, una vez allí, se tumbó en el sofá con un bote de píldoras en la mano.

—Yo… quiero…

Ingirió dos pastillas más y llegó al estado más profundo de su trance. Charity sentía ganas de vomitar, aunque nada salía por su boca. De pronto, sintió una punzada en el vientre y cayó al suelo de espaldas. Moqueó, lagrimeó… respiró con mucha dificultad y tosió roncamente. Tenía la sensación de estar suspendida boca abajo, con la cabeza pegada al suelo, y con un cabo atado al tobillo, que, dando fuertes latigazos, la hacía girar sobre sí misma igual que una peonza. Los ojos le pesaban y veía todo del revés. A su alrededor, la habitación daba vueltas en círculos concéntricos.

Clic… clic…

Charity escuchó cómo se abría una ventana del salón.

Clic… clic…

Sin apenas mover el cuello, dirigió la vista hacia la fuente del ruido. De reojo, y solo por un instante, pudo ver cómo una especie de animal de lomo negro, con grandes cuernos, se colaba en el apartamento.

—¡No! —gritó la joven, intentando levantarse—. ¡No es mi hora todavía!

Fuera, la tormenta ejecutó sus primeros compases. Las nubes cubrieron el cielo y el salón de Charity se oscureció.

—Para… ¡déjame!

Un ácido olor a podrido se adueñó del lugar, a la vez que un fuerte relámpago iluminaba la estancia, seguido de otro trueno. Entonces, Charity creyó ver por un momento la sombra de la criatura proyectada en la pared.

—¿Por qué me encierras en esta jaula? ¿Por qué le has dado mi nombre a la bestia?

Plac… plac… plac…

Gotas de lluvia golpearon las ventanas. En sus tímpanos, Charity las notaba como pesados martillos que la castigaban sin piedad.

—¡CONTÉSTAME!

Plac… plac…

La tensión contraía los tendones de su nuca y, rabiosa, escupió en el suelo con desprecio.

—Ya me has robado mi amor, mi libertad, mi deseo. ¿No es suficiente para ti?

Nada ni nadie respondió.

—¡Contéstame, cobarde!

—¡BRAARRGH! —bramó la bestia, que saltó desde las sombras y se colocó a los pies de Charity.

Aterrada, y aún de rodillas, la joven se echó hacia atrás con los codos, pero se dio cuenta de que el cuerpo le pesaba, ya casi no le respondía. En el rostro, los pómulos se le agrietaron. El cabello se le tiñó de blanco y empezó a caérsele, desvelando en su cabeza gigantescas ronchas de piel desnuda, a la vez que las extremidades se le tornaban huesudas y quebradizas. Venas y varices se le tatuaron por todo el cuerpo, como alargados gusanos que luchaban por emerger de su carne marchita.

—Piedad… ¡Ten piedad de mí! —suplicó Charity a la bestia, que observaba la transformación en silencio.

La joven se estaba volviendo loca, gemía y sollozaba sin parar. Desesperada, se tocó la garganta; esa en la que tantos collares de Piaget habían lucido antaño. Ahora, los pellejos colgantes que la formaban ahogaron su último aliento de cordura. El olor ácido era cada vez más penetrante y le picaban los ojos, aunque no tenía fuerzas para rascárselos.

Otro relámpago brilló en el cielo. Exhausta, Charity quedó en posición fetal, irreconocible debido a su extremo envejecimiento. Satisfecha, la bestia se relamió con avidez y acercó el hocico al rostro de su presa. Se tomó un segundo, la olfateó y abrió las fauces, pero Charity hizo acopio de las últimas energías que le quedaban.

—Espera… ¡Espera! Así no.

La bestia frenó en seco. Sus mandíbulas se relajaron y Charity tuvo la oportunidad de mirarla a los ojos. En ellos distinguió su avejentado reflejo, aunque la imagen no la amedrentó. Esta nueva actitud agradó a la bestia, que, con gesto noble, se apoyó sobre las patas traseras y le dedicó un momento de gracia.

—Qué tonta he sido —dijo Charity, apoyándose en el lomo del animal para levantarse.

Una vez de pie, cerró los ojos y colocó sus manos en posición de oración.

—Ya no siento que vengas a robarme, porque soy yo la que te lo va a dar.

Charity le dio la espalda a la bestia. Cada vez hablaba más lento.

—Toma mi cuerpo, toma mis sueños. Rómpelos y trágalos, pero recuerda…

Charity extendió los brazos en cruz.

—Mi alma no está en el contrato.

Solemne, la criatura asintió por segunda vez.

—Entonces, estamos de acuerdo —sonrió la anciana.

Tomó aire y, como si fuera la última fotografía del día, dedicó una profunda mirada a la ventana.

—Al fin y al cabo, la juventud solo es un decorado.

Complacida, la bestia se lanzó contra Charity, abrió sus fauces y mordió todo lo fuerte que pudo.

Fuera, la tormenta había cesado y el sol asomaba entre las nubes de Nueva York. En el salón de su casa, Charity continuaba tumbada en el suelo, respirando con una cadencia débil. Poco a poco, las extremidades comenzaron a responderle y, para despejarse, la modelo se pasó la mano por la cara.

¡Un momento!

Volvía a ser joven.

Al notar su piel tersa y suave, no pudo evitar que un gritito de júbilo escapara de entre sus labios. Aliviada, estiró sus largas piernas y se desperezó.

No muy lejos de ella, escuchó un suave ronroneo. Una cría de gato callejero dormía a su lado. En ese momento, Charity notó una corriente de aire que besaba su hombro desnudo y, al girarse, descubrió una ventana abierta.

Ató cabos y acarició al minino con delicadeza.

—Así que eras tú, ¿eh, pequeño? —susurró con una frágil sonrisa.

Conforme la joven se puso de pie, el soñoliento gato se despertó y estiró las patas. Parecía que le gustaba el lugar, y la modelo se alegró de tener compañía.

—¡Ojalá todas las bestias fueran tan lindas como tú! Te llamaré… ¡Aión!

En su cabeza, la ensoñación se repetía una y otra vez. Recordó el bote de pastillas, que descansaba en el suelo del salón, y descubrió que el minino había decidido hacer sus necesidades junto a él. ¡Por eso había notado un olor tan penetrante en el salón!

Charity empezó a reírse a carcajadas frente a la tan poco sutil metáfora antidroga. Después, se preparó un té negro con leche, se sentó frente al ordenador y, por primera vez en su vida, escribió su currículum.

¡FIN!

Ilustración del cuento «El beso de la bestia».
Audiodescripción de las ilustraciones del cuento

Pista: en un marco de foto vertical, el rostro de una joven guiña el ojo izquierdo. Tiene el cabello claro, suelto, largo y posa apoyando su barbilla sobre las manos entrecruzadas. De uñas cuidadas, la joven ofrece una enorme y blanca sonrisa. En la esquina izquierda inferior del marco se halla un autógrafo con un pequeño corazón. El nombre de la firma reza: Charity.

Ilustración: Charity, envejecida y sentada de perfil en la parte central izquierda de la imagen, se cubre el rostro con su mano izquierda. Tiene los ojos cerrados, lleva coleta, una camisa arremangada y unos pendientes de perla, que contrastan con la desolada expresión de su semblante. Da la espalda hacia la derecha de la ilustración, ya que, a su lado, la bestia la mira con los ojos en blanco y los colmillos sobresaliéndole de los labios babeantes. El enorme lomo de la bestia ocupa la imagen de izquierda a derecha. Detrás de ambas figuras, y colgadas en la pared, diferentes fotografías muestran la juventud y felicidad de la modelo en sus tiempos de pasarela. La sección inferior de la imagen está sumida en una densa neblina que envuelve a los personajes hasta la cintura.

Antes de terminar, recuerda que el estilo visual de las pistas y las ilustraciones está descrito en este enlace.

Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier