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Cuento 10: Mirar a los lados

Descubre el inusual caso de Lucrecia, una anciana con la cabeza girada, en una historia que te sumergirá en un mundo de decisiones médicas, resistencia al cambio y la búsqueda de soluciones. Entre risas y desafíos, el doctor Vicente se enfrentará a una paciente peculiar, desatando una trama que cuestiona la comodidad frente a la verdadera cura.
Pista del cuento «Mirar a los lados».

Mirar a los lados

A la consulta del médico llegó una anciana. Tenía la cabeza totalmente girada, por lo que su nariz y su espalda quedaban alineadas. Con mucha amabilidad y una sonrisa, el doctor la saludó.

—Lucrecia, ¿verdad?

—Sí —respondió ella, mientras se ajustaba las gafas—. Por su voz diría que es usted muy joven. ¿Está en prácticas?

—No, doña Lucrecia —contestó él, intentando mantener la sonrisa—. Llevo años trabajando aquí.

—¡A ver si me deja peor de lo que estoy!

El doctor arqueó las cejas y esbozó una mueca de disgusto que Lucrecia, al tener la cabeza del revés, no pudo ver.

—Bueno, túmbese en la camilla, por favor.

—¿Cómo me pongo? ¿De espaldas? ¿O con la cabeza mirándole a usted?

—Necesito que su pecho esté orientado hacia mí.

—De esa forma, ¡no podré ver lo que está haciendo!

—Lucrecia, el que ha de trabajar soy yo, ¿recuerda? —respondió él, con un matiz de cansancio—. Si le parece, vamos a empezar. Permítame.

Lucrecia le hizo caso a regañadientes y el doctor se dispuso a examinar los pies de la anciana. Se apreciaban frágiles como ramas en otoño. El resto del cuerpo, también. Después, el médico la auscultó y le tomó el pulso. Así descubrió que Lucrecia respiraba con dificultad y que su corazón latía cansado.

—¿Qué hace? ¡El problema está aquí arriba! —dijo ella, señalando su cabeza girada.

—No se preocupe, Lucrecia. Ahora llegamos.

La anciana se cruzó de brazos.

—En mi época, cuando a alguien le dolía una cosa, el médico le curaba esa cosa.

—Está bien, dígame, ¿desde cuándo tiene el cuello así?

—Pues, no sabría decirle. Lo noté hace tres días, cuando me empezó a doler.

—Hmm… conozco más casos y nadie recuerda cuándo ni cómo le ocurrió. Es muy extraño, y debo confesarle que, lo que más me alucina, es el nivel de autonomía que tienen todos ustedes… ¿Cómo consiguen moverse sin mirar?

—¡Cuestión de práctica! Pero ese no es el problema, doctor, muchos vivimos así y no pasa nada. Lo que no me gusta es que me duela.

—Entonces, está claro, Lucrecia —dijo el doctor, mientras sacaba un bote de pastillas del armario—. Existen dos formas de curar su dolencia. Por un lado, tengo estos calmantes. Con ellos, el dolor remitirá, aunque ya no podrá dejar de tomarlos.

—¡Me interesa! ¿Cuánto cuestan?

—No son baratos y, como le digo, solo aliviarán el dolor. No obstante, quiero ofrecerle una alternativa que, en mi opinión, puede resultarle más beneficiosa.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es?

El médico rodeó la camilla para dirigirse a la mujer cara a cara.

—Lucrecia, yo le recomendaría corregir su cuello. Volvería a mirar a los lados, o ¡hacia donde usted quisiera!

—¿Con otra pastilla?

—No. Tendría que venir a rehabilitación, hacer ejercicios en casa… Al menos, durante dos meses.

La anciana quedó pensativa por un momento y el doctor se frotó la nuca mirándola con curiosidad.

—Bueno, Lucrecia. ¿Qué decide?

Sin mediar palabra, Lucrecia se incorporó de un salto, le quitó el bote de pastillas y se las tomó de golpe.

—¡Tenía razón, doctor! Ya me siento mucho mejor. ¿Me da un poquito de agua?

***

Un rato después, Lucrecia salió de la consulta, bajó a la calle y se acercó a la farmacia. Allí pidió turno y, con una sonrisa, esperó a ser atendida para comprar los calmantes que, desde ese día, tomaría para siempre.

Entretanto, el médico salió a la puerta del hospital. Notaba sus cervicales contracturadas y se movía con nerviosismo, pues la aguda voz de Lucrecia aún retumbaba en sus oídos.

—¡Vicente! ¿Cómo va eso? —le saludó un compañero celador.

—Hola, Paco. Bueno… otro caso de giracuellitis.

—¿Otro? Madre mía, ¿cuántos van ya?

—Pues, ¡no tengo ni idea! Entre las guardias y las peleas con los pacientes… ya no sé ni en qué día vivo —protestó el doctor, pasándose la mano izquierda por la nuca.

—Ay, Vicente, ¡cuánto te entiendo! —sonrió Paco.

A su lado, una madre y un niño entraron al hospital. Ambos tenían la cabeza girada, y Vicente los miró con desdén.

—Es que, encima, les recomiendas trabajar el problema, ir a rehabilitación, y ¡pasan de ti! —dijo el médico, mientras sacaba un cigarrillo—. O sea, prefieren ponerle un parche de dos horas a su dolor, que mejorar su calidad de vida con algo de esfuerzo.

Vicente se puso el cigarrillo en la boca y el celador le dio una palmada en el hombro.

—Desde luego, desde luego. Para eso estás tú aquí. ¡Para darles ejemplo!

El doctor estaba a punto de encender su pitillo, aunque las palabras de Paco lo frenaron en seco.

—Bueno, Vicente, encantado de saludarte. ¡Que vaya bien!

El celador entró al hospital y el médico se tocó el cuello. Las vértebras estaban empezando a salirse de su sitio. Rápidamente, tiró el cigarrillo y volvió a su consulta.

¡FIN!

 

Ilustración del cuento «Mirar a los lados».
Audiodescripción de las ilustraciones del cuento

Pista: un cigarrillo humea dentro de un bote de pastillas. Impreso en el envoltorio del frasco, su logo representa el perfil de una cabeza separándose de su propio cuello. El tapón y tres pastillas descansan cerca del bote.

Ilustración: Lucrecia, ataviada con una chaqueta y una falda que le cubre las rodillas, espera en la cola que se ha formado delante de una farmacia. Todos los personajes están de espaldas, pero Lucrecia, al tener la cabeza del revés, mira hacia el espectador ofreciéndole una sonrisa. Un bolso cuelga de su antebrazo derecho. El anciano personaje ocupa casi la totalidad de la ilustración.

Antes de terminar, recuerda que el estilo visual de las pistas y las ilustraciones está descrito en este enlace.

Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier