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Cuento 9: Dragones y ratas

Embárcate en una épica fábula donde la convivencia entre dragones y humanos se ve amenazada por una misteriosa plaga. Con giros inesperados y un dilema moral profundo, este cuento te sumerge en una lucha entre instinto, razón y la fragilidad de las alianzas.
Pista del cuento «Dragones y ratas».

Dragones y ratas

Érase una vez un secreto: los dragones existieron. De gran nobleza e inteligencia, pronto descubrieron que los humanos los miraban con miedo y, sintiendo lástima por estos seres tan inseguros, decidieron ocultarse en los bosques europeos. Allí vivieron durante mucho tiempo en armonía con la naturaleza, pues, gracias a las escamas de su piel, pudieron adaptarse perfectamente a cada ecosistema. Los dragones rojos habitaron en las zonas de calor, los blancos vivieron en lugares más fríos y los dragones azules levantaron sus guaridas cerca del mar.

Siglos más tarde, la peste negra azotó el continente, y un ejército de ratas lo invadió todo. Devoraban a los enfermos, a los animales moribundos… incluso a los dragones más viejos y que ya no podían volar.

El caos se desató en las ciudades y, mientras los humanos intentaban controlar la enfermedad, los dragones se reunieron para debatir si debían ayudarles. La discusión estaba muy dividida, y algunos terminaron peleando. Se lanzaron mordiscos, llamaradas y zarpazos, hasta que escucharon una tímida voz:

—No ayudéis a los humanos, por favor.

Al girarse para ver de quién procedía el comentario, los dragones descubrieron que miles de ratas los habían rodeado. Aprovechando la perplejidad de las sierpes, Ádabar, la rata de mayor tamaño, se aclaró la voz antes de continuar.

—Amigos, dejadnos hacer nuestro trabajo. Que todo suceda como está escrito.

—Y eso, ¿por qué? —preguntó uno de los dragones azules.

Ádabar respondió tranquila.

—No os enfadéis, solo cumplimos con nuestra función.

—¿Qué función? Solo sois una plaga que se alimenta de los más débiles…

—Y, ¿vosotros? También matáis para comer. Es más, si quisierais hacer uso de vuestra fuerza, podríais acabar con la humanidad en un segundo.

—¡No te atrevas a hablar de los humanos! Hace siglos que nos prohibimos causarles ningún daño y ¡nunca traicionaremos esa promesa! —exclamó un dragón rojo, mientras batía sus alas con aires de superioridad.

—Cierto —respondió un dragón blanco—, aunque a veces me pregunto por qué no les damos su merecido. Nos cazan, nos usan para asustar a los niños. Así, ¡jamás podremos convivir en paz!

Ádabar asintió.

—Creo que, si un humano viera a una de nosotras o a uno de vosotros, la única diferencia en su reacción sería el arma con el que nos daría muerte.

Su frase caló hondo entre los dragones.

—Ya lo veis, queridos amigos. Las ratas no somos la única plaga.

—Tus palabras suenan razonables —susurró con voz profunda Gorloj, la sierpe más anciana—, pero si lo que dices fuera tan buen argumento, se nos habría ocurrido antes a nosotros, ¿verdad? Somos más grandes y más sabios.

Los dragones asintieron orgullosos. Viéndose apoyado, Gorloj se acercó a la rata poco a poco.

—También me gustaría añadir que muchos hemos perdido a nuestros familiares bajo vuestros colmillos. Yo mismo tuve que enterrar a mi esposa hace tres días.

Los ojos del dragón se inyectaron en sangre y Ádabar se postró ante la bestia.

—Lo sé, y creedme, ¡lo sentimos mucho! Pero no podemos ir en contra de nuestro instinto.

—Ahh… perfecto, hablemos sobre el instinto —contestó Gorloj, mostrando su afilada hilera de dientes—. ¿Quieres saber lo que dicta el mío en este momento?

Las palabras del dragón atemorizaron a la rata, que intentó retroceder, pero Gorloj lanzó un rugido y se la comió de un bocado.

—¡A por ellas! —bramó a la vez que escupía los huesos de Ádabar—. ¡No dejéis ni una viva!

El olor a sangre despertó a los dragones, que se lanzaron a escupir fuego en todas direcciones. A causa del ataque, el bosque se puso al rojo vivo. Las cenizas tiñeron de gris el paisaje, los árboles sufrieron envueltos en llamas… y de los millares de ratas, solo cinco pudieron escapar.

—¡Dragones inútiles! —gritó desde lejos una de las supervivientes—. Habéis cometido un gran error.

—¡Oh, sí! ¡Seguro! —se burló Gorloj—. El tiempo dirá quién se ha equivocado de verdad.

Así, las ratas desaparecieron de las ciudades, y la peste con ellas. Aliviados, los humanos volvieron a la normalidad y los dragones se alegraron por ellos. Sin embargo, la armonía duró poco, pues en las ciudades el número de nacimientos creció tanto que los reinos tuvieron que expandirse fuera de sus murallas, invadiendo los bosques en los que se ocultaban los dragones. Al ser descubiertos, intentaron proponer una coexistencia pacífica, pero los humanos respondieron con el acero de sus armas.

Tras años de guerra y caza, el último de los dragones fue decapitado y expuesto como trofeo. Mientras, las ratas continuaron ocultas bajo tierra, esperando con paciencia a que la naturaleza las volviera a necesitar.

¡FIN!

 

Ilustración del cuento «Dragones y ratas».
Audiodescripción de las ilustraciones del cuento

Pista: una pequeña rata de larga cola se cobija en la curvatura de un colmillo enorme que yace en el suelo. El diente, arrancado desde la base, está cubierto de sangre. El animal está retratado de perfil y mirando hacia la derecha, donde se encuentra la base rota del colmillo.

Ilustración: desde el cielo, seis enormes dragones lanzan bolas de fuego a las ratas, que mueren calcinadas en un bosque cubierto de llamas.

Antes de terminar, recuerda que el estilo visual de las pistas y las ilustraciones está descrito en este enlace.

Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier