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Cuento 11: Precio y Valor

En la encrucijada entre el precio del éxito y el valor de la amistad, dos amigos descubren que el verdadero triunfo radica en reconciliar el corazón y la mente con los números y el amor.
Pista del cuento «Precio y valor».

Precio y Valor

Dos grandes amigas tuvieron a sus hijos casi a la vez. Les pusieron Pedro y Víctor, pero en el cuento los llamaremos Precio y Valor.

Precio y Valor pasaban las tardes el uno en casa del otro, y el otro en casa del uno, jugando a la consola y buscando memes por internet. Sus madres celebraron que la amistad que las unía trascendiera también a sus hijos, y asistieron encantadas al nacimiento de un estrecho vínculo entre ellos, que se fortaleció durante los primeros años de instituto. Allí, Precio y Valor se convirtieron en inseparables. Eran la primera persona a la que llamaban para compartir las buenas noticias, y el hombro en el que apoyarse cuando había problemas.

Luego, comenzó su etapa universitaria, y las noches de cerrar bares y quedarse hablando en cualquier esquina se convirtieron en una constante. Tanto, que el sol se había acostumbrado a salir mientras los escuchaba debatiendo acaloradamente sobre la vida, el amor y su tema estrella: el futuro laboral. En el momento en el que Precio y Valor sacaban a relucir dicha cuestión, algo que ocurría con frecuencia, ambos se convertían en una suerte de vikingos dispuestos a practicar la esgrima con hacha. Precio era pragmático y cuadriculado, mientras que Valor prefería dedicarse únicamente a propuestas éticas y que movían su corazón. Debido a este contraste, sus charlas subían tanto de tono que volvían a casa exhaustos, sudorosos y sin ganas de verse hasta que no pasaran unos días. Este fue el motivo por el que, cuando Precio tuvo su primera idea comercial, no la compartió con Valor.

No hace falta contarle todo… Al fin y al cabo, ya sabes lo que te dirá —sugirió una voz dentro de su cabeza.

Precio asintió. No quería sentirse juzgado en un momento tan crucial, así que, en secreto, compró un terreno y levantó su primera fábrica. Su idea era buena y consiguió bastantes apoyos, aunque no tardó en descubrir que el emprendimiento es como un bebé recién nacido: requiere atenciones y cuidados las veinticuatro horas del día. Precio resultó ser un padre sacrificado, e invirtió casi todo su tiempo en la empresa, colocando a su familia y a Valor en un discreto puesto de la agenda.

Un frío hielo recubrió el vínculo con su mejor amigo, que estaba cursando un máster en la universidad de Bellas Artes, pues aún no discernía su futuro laboral con claridad. Lo único que Valor tenía claro era que le gustaba usar sus manos para dialogar con el mundo.

Ocho meses después, ya no se hablaban. Un tiempo en el que la inversión de Precio dio sus primeros frutos, y lo mantenía tan ocupado que hasta tuvo que comprarse una segunda agenda. Esta circunstancia le ayudó a tapar la ausencia de su amigo; al menos en parte, pues la soledad que habitaba en su interior le hizo olvidar el significado de la empatía. Tanto fue así que, aprovechando la falta de recursos de muchas familias, Precio consiguió crear una plantilla de trabajadores, que, por un bajo salario, se dejaban la piel a lo largo de interminables jornadas.

Su cruel pragmatismo fue ventajoso para el negocio y Laura, la directora financiera, le planteó nuevas opciones: podían mejorar los sueldos e incrementar la productividad de los trabajadores, o crear una fábrica nueva y generar más producto. Durante la presentación, Precio asentía con la cabeza, aunque no la estaba escuchando. Deseaba compartir su éxito con Valor y pasar unos días cerrando bares con su amigo; igual que en los viejos tiempos. Ilusionado, Precio agradeció a Laura su exposición, desbloqueó el teléfono y llamó a Valor, pero este había cambiado de número. Además, no usaba redes sociales.

Pese a no haber podido hablar con su amigo, Precio mantuvo su alegría. Pensó que, si reconocía el esfuerzo de los empleados y mejoraba sus condiciones, estaría ofreciendo un digno tributo a la memoria de Valor. De ese modo, y con gesto humilde, bajó a la fábrica para hablar con ellos.

No tardó ni dos minutos en volver a su despacho: los trabajadores ni se habían parado a saludarle. Se movían como robots, estando más pendientes del reloj que de lo que estaban haciendo. ¡Qué ambiente tan hostil se respiraba en la empresa!

—Hay que ver cómo me miran… —le dijo a Laura, ofendido.

—Bueno, tú ya sabes bajo qué condiciones trabajan.

—¡Se las iba a mejorar!

—Hazlo, y es posible que veas un cambio en ellos. Creo que motivar a tu gente es una gran opción.

Laura tenía razón y Precio lo sabía. No obstante, una voz dentro de él le impulsó a decir lo siguiente:

—No, ahora ya es tarde… Tenían que haberme tratado con el respeto que merezco.

La directora financiera agachó la cabeza, pues su jefe ordenó construir la nueva fábrica y ofreció un salario todavía más bajo a los nuevos contratados. A pesar de las precarias condiciones, Laura observó con tristeza cómo su escritorio se llenaba con una montaña de currículums.

Al cabo de un año, la segunda planta ya estaba operativa, y Precio no podía estar ni más feliz ni más atareado. Viajaba, comía en los restaurantes más exclusivos, ligaba todo lo que quería y más… hasta el día en que Laura le notificó su embarazo. Precio se disgustó. No soportaba la idea de que alguien cercano lo abandonara, ni siquiera por un tiempo. Además, Laura pidió una excedencia y la modificación de sus condiciones salariales.

Se quiere aprovechar de la empresa, ahora que va bien. No la necesitas por aquí —bisbiseó la voz de su interior.

Así que Laura, tal y como había llegado a la empresa, la tuvo que abandonar. Eso sí, con una sonrisa en los labios y un sentimiento de liberación pleno. Por su parte, Precio no tardó en sufrir las consecuencias de su marcha, pues su antigua compañera era muy querida en las fábricas. Ahora que ya no estaba, nada endulzaba las jornadas de los empleados, y la calidad del producto bajó. Incluso, hubo un conato de huelga, crisis que Precio no tardó en solucionar. Tras varios despidos, sumados a la contratación de un agresivo equipo jurídico, la situación amainó, aunque dejó una terrible herida en la empresa. La motivación era nula, y el ambiente se volvió insostenible.

Esa gente no tiene ni idea… —susurró su conciencia herida—. Te matas a trabajar y, ¿para qué? Siempre te van a pedir más. Quieren que te hundas en su miseria, pero tú eres mejor que ellos. ¡Demuéstraselo! Haz que todos vean tus grandes ideas, que sepan quién eres.

Precio estaba tan desesperado que se dejó llevar una vez más. Mandó llamar al mejor arquitecto del país y, en la reunión que mantuvieron, le comentó su plan: quería construir un edificio de oficinas impactante, a la altura de las personas que aparecían en la lista Forbes. Al arquitecto le brillaron los ojos.

—¡Me encanta la idea! Eso sí, no va a ser barato…

—El dinero no es problema.

—¡Estupendo!

Estrecharon las manos y fue entonces cuando el arquitecto hizo pasar al que sería el verdadero responsable de la obra: Valor. El cruce de miradas entre los viejos amigos fue largo e incómodo. También triste, porque Precio enseguida recordó la antigua vitalidad de su amigo, que contrastaba con el dolor que transmitía. Valor tenía el alma rota de tanto pelear con jefes como él, directivos que nunca reconocieron su pasión y su entregada destreza. El arquitecto no era diferente, ya que Precio enseguida notó que el edificio no le interesaba. Solo pensaba en cobrar el cheque una vez estuviera acabado, cargando los problemas y responsabilidades del proyecto sobre las espaldas de Valor.

Mira lo que queda de tu amigo, no es más que otro fracasado —retumbó la voz de su orgullo.

Precio parpadeó.

—¿Qué dices?

Que tú eres mejor que él. Siempre habías tenido razón. Ahora míralo, vive a la sombra de su jefe.

En ese momento, Precio se dio cuenta de que su actitud se parecía demasiado a la tiranía del arquitecto, y comenzó a sudar; ni siquiera tenía fuerzas de mirar a su amigo a la cara.

Vamos… en el fondo, sabes que tengo razón.

—Mira, cállate ya —le dijo a su conciencia, con firmeza.

Pero si te ha ido mejor que a él. ¡Le has ganado!

—¡¿En serio te parece que ha ganado alguien aquí?!

La burbuja de su ego se desinfló y Precio optó por cancelar el proyecto.

—Lamento mucho no seguir adelante —dijo el arquitecto, tratando de ocultar su enfado—, otra vez será.

—Sí… disculpe —respondió Precio, cordialmente.

—No pasa nada, ya le enviaré la factura por la reunión.

Dicho esto, el arquitecto recogió sus cosas.

—¿Vamos, Víctor?

Valor negó con la cabeza y Precio sintió un gran alivio. Una vez solos, enterraron el hacha de guerra y se dieron un abrazo que pareció eterno. Se contaron cien batallas y acabaron cerrando, no solo un bar, sino también una discoteca y el after más sucio de la ciudad. Cuando salieron de allí, el sol se alegró de verlos juntos de nuevo.

Dos meses después, Pedro traspasó la empresa, llamó a Víctor y le propuso empezar un negocio nuevo con una premisa muy clara: los números y el amor pueden ir de la mano.

¡FIN!

 

Ilustración del cuento «Precio y valor».
Audiodescripción de las ilustraciones del cuento

Pista: un ying yang con la sección blanca separada de la negra. De fondo, aparece representado un gráfico con flechas y valores bursátiles en descenso.

Ilustración: Pedro y Víctor están de pie, uno en cada extremo de la página, dándose la espalda. Sus sombras, que se alargan hacia el centro de la ilustración, dibujan la silueta de dos niños jugando a la pelota. A la izquierda de la ilustración, Pedro va vestido de ejecutivo y repeinado. Tiene el rostro afeitado y las manos en los bolsillos, mientras que Víctor lleva el pelo largo, barba y un chaleco con una chapa del símbolo de la paz clavada en un bolsillo a la altura del pecho. Está ubicado en el extremo derecho de la imagen.

Antes de terminar, recuerda que el estilo visual de las pistas y las ilustraciones está descrito en este enlace.

Autor y © del proyecto y los textos: Miguel Ángel Font Bisier